¡no fumes!

viernes, agosto 19, 2005

Santomé 402, Altos

Pura, Lourdes y Yolanda, en orden cronológico. La primera era Pura, siempre, abuela Pura, la vieja, la mujer más fuerte y apasionada de la historia. Mi hermana María Teresa debió odiarme muchas veces por ser su cómplice, cada viernes en la noche, por ejemplo. Llegaba la hora de irse a casa, y yo quería quedarme con la abuela, armaba tremendo alboroto, y nadie me negaba ese momento, porque todos sabían que hablábamos el mismo idioma. Y allí iba María Teresa bajando hacia el portón de madera maciza, mirándome como si me quisiera romper la lengua otra vez, y yo, tranquila, aferrada a la mano de Pura en el pié de la escalera, me aseguraba de que se fueran todos, para tenerla solo para mi. La abuela me regalaba sus historias, una y otra vez, de cómo el abuelo se enamoró de ella en un festival de las uvas hacía más tiempo del que yo podía manejar, recién llegada, coronada, paseaba por Villa Duarte con su belleza como pasaporte. Y dicen todos que era hermosa, tanto que aquel Gallego que le triplicaba la edad se quedó sin respiración, como la dejaba sin respiración a ella cuando la intentaba besar, sentados en un banco frente al río Ozama. Abuela Pura hablaba y yo callaba, me cantaba las cancionas menos apropiadas para una niña de 6 años, unas historias trágicas de amor de hermanos que terminaban siempre en sangre o de mujeres envejecidas a destiempo por la pérdida de siete hijos en la guerra. Ella era una gran máquina de repartir abrazos, besos e historias, maravillosamente básica, con ella las noches no terminaban nunca, y los días comenzaban temprano, con pan de agua fresco untado de mantequilla Sosúa y un tazón de chocolate Sobrino humeante y cremoso. Después del desayuno siempre me llevaba con ella al mercado a comprar las verduras, sólo había que cruzar la Santomé, para llegar al mercado modelo, y allí empezaba la fiesta de colores y olores, -¿Pura, de quién es esa?- le gritaban las marchantas, y ella siempre respondía lo mismo, -esta es la rubia de Yolanda-, al llegar a la casa de nuevo, abuela Pura me hacía parte del secreto mejor guardado, codidiciado por todos los nietos, me llevaba con ella a la azotea de la casa, a echarle agua a sus amadas plantas, un espacio que Tía Lourdes había arreglado para ella como un patio español, lo rodeó con paredes escalonadas de hierro negro, con tarros de barro colgados sin orden particular, era un patio gigantesco, recorrerlo me tomaba muchas horas. Cuando finalmente lograba llegar al muro que delimitaba la azotea, empezaba mi lucha, tratando de subirme al muro para poder ver hacia afuera, con mucho esfuerzo, me empinaba para sacar la cabeza y ver la Santomé desde arriba, qué desorden de amigas marchantas y peladores de pollo tan bién orquestrado, yo me quedaba sumida en el abismal espacio entre la azotea y la talbia, y entonces oía la voz de mi abuela, en la distancia, gritando mi nombre, que yo escuchaba muy quedito. En ese momento había que bajar, cerrábamos bién la reja que mantenía a los niños lejos de las delicadas plantas, y volvíamos a sentarnos en la galería a cantar y a contar.

Tuvimos que dejar la casa de la Santomé con esperanzas de respirar mejor en otro lugar, y respiramos lejos de allí por muchos años. Volví casi dos décadas después, a buscar unos trastes viejos que quedaban guardados en la habitación de almacenaje. Entré como quien entra a una iglesia abandonada, tropezándome con mis recuerdos, ahora apreciaba cosas que cuando niña no eran tan importantes para mí, como los mosaicos que formaban hermosas figuras orgánicas y que cubrían toda la casa. Me entretuve un rato y curioseando encontré la escalera que llevaba a la azotea, subí, y como Alfonsina frente al mar, embrujada, crucé hasta el muro, que ahora me llegaba a la cintura, me asomé a ver el abismo, era una simple tercera planta, los olores y el ruido eran los mismos. Escuché la voz de mi abuela quedita a lo lejos otra vez, y me volteé a buscarla. La pared donde empezaba el patio y terminaba mi niñez, estaba a solo tres metros.

12 Comments:

Anonymous Anónimo said...

No se si a ti tambien te sentaba en las piernas, y te daba a comer zanahorias crudas, pedacito a pedacito. Recuerdo como me llevaban temprano en la mañana, despues de comprar unos "yaniqueques", iba de la mano con "Samaná" que me dejaba en las escaleras y esperaba a que me abrieran la puerta. No se me olvida lo oscuros que eran los cuartos, y de como parecían estar dormidos, sin importar como avanzaba el día. Tengo años que no entro a esa vieja casa, pero cada vez que cruzo laMella, no puedo evitar mirar hacia arriba para tratar de encontrar una parte de los recuerdos perdidos.

20 agosto, 2005 09:40

 
Blogger Florecita said...

A mi la gran acera de las Mercedes, ahí mismito donde pusieron Aire, la casa de mi madrina, las aceras tan altas de mi niñez hasta el punto de reconocerme adulta cuando ya el paso era distinto, el enano de María la Turca, el Mercado Modelo, las misas con pancito en el Convento de los Domínicos, y uno de mis primeros grandes amores, un cura hermoso de la Iglesia del Carmen...

20 agosto, 2005 19:43

 
Anonymous Anónimo said...

wao!

22 agosto, 2005 08:23

 
Blogger Alma de goma said...

Me gusto mucho. Aquí te transcribo algo de William Wordsworth: "Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que me deslumbraba. Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba de la gloria en las flores, no hay que afligirse. Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo."

Abrazos desde aquí.

22 agosto, 2005 08:57

 
Blogger Unknown said...

Amiga, conociendo un poco de Pura, se aprecia tanto de lo que ya conocemos de ti. Oír de ella, a través de ti, es oírte a ti en otros tantos momentos. Qué impresión tan fuerte dejan las abuelas, sobre todo gracias a esos momentos a solas, donde sólo están ellas y una/o. A veces me pregunto si mi Alma podrá crear sus propios recuerdos con sus abuelas como yo tengo los míos, los tuyos, los de Florecita... si este tiempo tan ajetreado, de colegios, de vacaciones que ya no se pasan donde abuela, lo permitirá. Quizás un día de estos me anime y honre públicamente a mi querida Agustina, con sus "flores de plástico".
P.d> el anónimo es tu hermana, verdad? porque Samaná es parte de tu historia.....

22 agosto, 2005 11:41

 
Anonymous Anónimo said...

Amiga, definitivamente leer tus escritos es como el reflejo de nuestras historias, no sabes como te agradezco el que plasmes tus vivencias con tanta naturalidad que sientas que estas justo allí es como si la historia no es tuya sino de quien la está leyendo en cada palabra, frase u oración.

Felicidades por darle a una ociosa de la lectura una razón para leer.

Yari

22 agosto, 2005 14:46

 
Blogger Eigna said...

ja ja ja... gitti tu tienes demasiados "insights" de mi vida... no, no es una de mis hermanas, es mi primo Tony (de Antonio, como el gallego de Pura) quien también, como el lo dice, recibió lo mejor de ella. Mi tío Toño, el hijo mayor, el más hermoso, de quien también debería escribir un día, trabajaba como encargado del almacén de madera de la Ferretería Americana de La Mella, y a Tony también le tocaba los sábados sus dosis de cariño... sobre Samaná... bueno quizás un día me animo y les cuento a todos lo que sabes tú. Florecita, yo también estaba perdidamente eamorada de un sacerdote, del padre Arturo, de la Iglesia Las Mercedes... ¿serán las sotanas?

22 agosto, 2005 14:49

 
Blogger Unknown said...

Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahh

22 agosto, 2005 14:53

 
Blogger Florecita said...

El diantre, yo no soy tan buena católica, sólo me acuerdo del Padre Escrivá del colegio porque está todavía viejito y mábuenoqueldicache, bueno y si, alguna gente con los uniformes, nosotras con las sotanas...

24 agosto, 2005 21:47

 
Blogger Eigna said...

Ah pero yo también con los uniformes, sobre todo si es de pelotero... soy una mujer en muchos momentos BASICA

26 agosto, 2005 19:16

 
Blogger kala said...

bien lo dice el refrán, recordar es vivir, que lindos tus recuerdos de tu abuelita.

29 agosto, 2005 14:54

 
Blogger moma said...

mis recuerdos están en la sánchez, hace mil años y medio, pero mi buela me regaló la dicha de 35 laaargos años . lo que más extraño de ella es cómo me limpiaba los pies con una esponjita húmeda cuando yo de puerca me dormía con los pies negrecitos
creo que nada se extraña tanto como una abuela

31 mayo, 2007 17:47

 

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