Trueque
Buenos días Don Marcial- saludó Doña Elena al dueño de la Casa de Empeño El Sudor -Mire, yo le traje esta pulsera, dígame lo que me puede dar por ella, mi nieto, Salvador, tiene que hacerse unos análisis hoy y su papá llega esta noche. Yo la vengo a buscar mañana, póngala ahí detrás de las pistolas, para que nadie la vea, ojalá que no se venda, me la regaló mi Antonio el día que me pidió ser su novia, no le falta ni una sola esmeralda-.
Vivian y Sócrates eran grandes amigos. Vivian de una familia bien, Sócrates no. Ella lo buscaba siempre a su casa que quedaba de camino a la universidad. Todos los días pasaban por la Casa de Empeño, y ella se hacía la misma pregunta, -¿qué historias se escondían detrás de cada persona que entraba allí?-. Le pidió a Sócrates que hicieran un alto ahí, él sabía que lo mejor era hacerlo, porque Vivian era bien terca. Ella fue directo a las pistolas, el muchacho que atendía le vendió la pulsera sin negociar mucho, nunca negociaba mucho, por eso a Don Marcial no le gustaba dejarlo solo.
Angelito comenzó el día como todos, a las siete de la noche. Hoy le tocaba La Zona, era viernes, La Zona explotándose de carros, abrió tres antes de llegar al de Vivian. Se llevó lo que encontró en la guantera, unas gafas nuevas, un CD de Shakira y la radio que se supone que ella debía sacar del auto. Ella, a cuarenta metros, en el parque, recordó que lo había olvidado justo en el momento en el que Angelito puso pies en polvorosa.
Ana Mitila se acicalaba rápidamente, y con la radio a todo volumen practicaba los pasos de la bailada que iba a dar esa noche con Angelito, que estaba por llegar. Como siempre, no llegó con las manos vacías, le trajo de regalo una pulsera bellísima, con piedras verdes bien raras. Feliz se enganchó su prenda, se despidió de su tía, y se fué a bailar al Santropés, esa noche dos por uno de gatas. Tanto bailó que no se dió cuenta de que en el medio de La Gasolina ella manoteó a Angelito y la pulsera salió volando.
Aníbal ayudaba a su tío Jota a limpiar el Santropés todos los sábados, así hacía algo extra y se lo llevaba a su mamá que estaba bien apretada con los mellizos y ya no tenía para la leche. Pero el tío Jota no llegó y Aníbal empezó a limpiar solo, tenía limpio la mitad del salón cuando encontró la pulsera, los ojos se le querían salir, sin pensarlo dos veces se fue al sitio que más visitaba últimamente, El Sudor. Salió de allí feliz, con la radio que su mamá había empeñado la semana anterior y efectivo suficiente para cuatro latas grandes de leche en polvo.
Salió Aníbal con tanta prisa que no se dio cuenta de que casi se lleva de encuentro a Doña Elena, que venía entrando. Ella sonriente saludó: -Buenos días Don Marcial-.