¡no fumes!

lunes, junio 12, 2006

el cielo

No conozco ese lugar, pero si es diferente al que visité esta mañana, no quiero estar allí.

Mi día no empezó de una forma diferente a otros, igual tuve que preparar el desayuno de Amelia, la merienda del colegio, ponerle las pilas para poder salir temprano. Nos montamos en el carro y casi inmediatamente empezó mi viaje. En el sillón de Amelia estaba la última National Geographic, este mes trae entre otros, un artículo interesantísimo sobre el cañon Gray, que por la sequía está quedando al descubierto, ya que el río que lo cruza está mermando, y otro sobre el extraño ritual de apareamiento de las libélulas (si, me pueden llamar aburrida, me encanta leer esas cosas, además el tema central es “el próximo sismo”). Amelia comenzó a hojear la revista, después me pidió si le prestaba mis lentes de sol porque le molestaba, a esa hora de la mañana en el malecón el sol es bastante insistente, y a ella la pone de mal humor. Se los puso, y me decía lo simpáticas que le parecían las libélulas, por supuesto, no abundó en el tema, porque no leyó el artículo, pero estos bichos son super violentos a la hora de aparearse. Siguió y llegó al artículo del Cañón Gray. Entonces pregunta:

- ¿Porqué coleccionas esta revista?.
- Porque me la encuentro interesante.
- ¿Cuando la compraste?
- Hace dos días.
- ¿Ya te la leíste toda?
- No, me faltan unos cuantos artículos.
- ¿Y este?
- No, ese no me lo he leído.
- ¿Quieres que te lo lea mientras manejas?
- Si, me encantaría.

Amelia se quitó los lentes de sol, leyó unos cuantos párrafos, se equivocaba en algunas palabras, de vez en cuando decía “qué interesante” o preguntaba el significado de una frase. Ella me leía y yo me reconocía a mí misma leyéndole a ella todos estos años, la misma entonación, las mismas pausas. Ella hizo eso, sin que yo se lo pidiera, solo porque sabe que a mí me gusta esa revista. Hoy descubrí que tal vez el mundo no es tan asfixiante, y que los verdaderos regalos no se compran. Llegamos al colegio, cuando la dejé, seguí mi camino, el silencio me empezó a extrañar y prendí la radio. La apagué de inmediato. Creo que ni los ángeles cantando en el lugar místico que titula mi escrito pueden competir con Amelia leyendo una National Geographic.


Escrito en algún momento alrededor de semana santa 2006, recuperado para alegrarme la existencia.

amor eterno

El sacerdote dijo:
en las buenas y en las malas,
selló la ceremonia
invitando a un beso que fué
casi tan largo como el noviazgo.
El novio se paró de su asiento,
agarró las arras,
bajó las escaleras del púlpito,
caminó por todo el pasillo
hacia la puerta trasera de la iglesia
y nadie lo ha vuelto a ver jamás.

martes, junio 06, 2006

rem

Un niño de dientes afilados apareció en mi puerta anoche. Le pregunté qué quería, me dijo que tenía miedo, hacía días que no veía a su madre. Era muy pálido, encorvado, calvo, tenía unas pecas gigantescas y un aliento de enfermo que se cortaba en el aire. Entró a mi casa. Le di alimento, le busqué juguetes para entretenerlo, le enseñé el lugar donde dormiría y las cobijas que podría usar para cubrirse del frío. Durmió un buen rato, al parecer estaba exhausto, despertó antes de la madrugada y se sentó en el piso al lado de la cama, yo empecé a leerle un cuento. Al salir el sol se disponía a ordenar por tamaño los soldados de madera que le presté, cuando tocaron la puerta. Eran dos hombres de blanco, habían buscando al niño por toda la ciudad, para llevarlo a un lugar seguro, no para él, sino para mí. Les expliqué que él necesitaba a su madre, que hacía días que no la veía. Pero su madre no vendría, yacía boca arriba en el piso de su cocina, porque no se sabe en qué circunstancias, él le dio muerte, y cuando estaba tendida en el suelo, se comió sus entrañas.