Entre la soledad y el fin de un amor que nunca tuvo inicio, entre vivir a mis anchas y vivir con papá y mamá otra vez, en medio de “a nadie le importa la hora que llego” y recibir una llamada de papá “tu mamá quiere saber si llegarás tarde porque tu hija no quiere dormirse hasta que llegues”. Entre un trabajo interesante y una aburridísima reunión de pendiente en la que encima debo ser testigo sin quejarme de la superficialidad de algunas de las mujeres más estúpidas que he conocido, entre un odio grande a mi espejo y la necesidad de invertir mi peso y mi autoestima. En medio de ser adulta y más adulta, tengo un solo pensamiento en mi cabeza. Un recuerdo de un momento que quisiera estar viviendo ahora mismo. Mi abuela, Pura pasión, y yo, sentadas en la galería de la Santomé 402 (altos), ella en su mecedora, yo en sus piernas, tan flaquita con 5 años, con mis bucles rubios como siempre desordenados, mis anteojos precoces y mi oído contra su pecho, ella cantando esa canción. ¿Cómo iba? ¿alguien la recuerda? ayúdenme a recordarla ¿Tony, Mundito, María Teresa?, no, porque nadie más existía; iba así como “no te preocupes hermana mía que allá en la muerte la pago yo”, la historia de un muchacho que se enamora de su hermana y enfurecido ante el anuncio de su matrimonio la mata, la corta en pedazos y la tira por ahí. Pura pasión y sus canciones que hacen a Nick Cave parecer un joven Mozart. Abuela sigue cantando y la tormenta dentro de su cuerpo me va durmiendo. Quiero ese momento ahora, no tengo ganas de ser más adulta, hoy extraño demasiado las cosas que nunca recuperaré.