el cielo
No conozco ese lugar, pero si es diferente al que visité esta mañana, no quiero estar allí.
Mi día no empezó de una forma diferente a otros, igual tuve que preparar el desayuno de Amelia, la merienda del colegio, ponerle las pilas para poder salir temprano. Nos montamos en el carro y casi inmediatamente empezó mi viaje. En el sillón de Amelia estaba la última National Geographic, este mes trae entre otros, un artículo interesantísimo sobre el cañon Gray, que por la sequía está quedando al descubierto, ya que el río que lo cruza está mermando, y otro sobre el extraño ritual de apareamiento de las libélulas (si, me pueden llamar aburrida, me encanta leer esas cosas, además el tema central es “el próximo sismo”). Amelia comenzó a hojear la revista, después me pidió si le prestaba mis lentes de sol porque le molestaba, a esa hora de la mañana en el malecón el sol es bastante insistente, y a ella la pone de mal humor. Se los puso, y me decía lo simpáticas que le parecían las libélulas, por supuesto, no abundó en el tema, porque no leyó el artículo, pero estos bichos son super violentos a la hora de aparearse. Siguió y llegó al artículo del Cañón Gray. Entonces pregunta:
- ¿Porqué coleccionas esta revista?.
- Porque me la encuentro interesante.
- ¿Cuando la compraste?
- Hace dos días.
- ¿Ya te la leíste toda?
- No, me faltan unos cuantos artículos.
- ¿Y este?
- No, ese no me lo he leído.
- ¿Quieres que te lo lea mientras manejas?
- Si, me encantaría.
Amelia se quitó los lentes de sol, leyó unos cuantos párrafos, se equivocaba en algunas palabras, de vez en cuando decía “qué interesante” o preguntaba el significado de una frase. Ella me leía y yo me reconocía a mí misma leyéndole a ella todos estos años, la misma entonación, las mismas pausas. Ella hizo eso, sin que yo se lo pidiera, solo porque sabe que a mí me gusta esa revista. Hoy descubrí que tal vez el mundo no es tan asfixiante, y que los verdaderos regalos no se compran. Llegamos al colegio, cuando la dejé, seguí mi camino, el silencio me empezó a extrañar y prendí la radio. La apagué de inmediato. Creo que ni los ángeles cantando en el lugar místico que titula mi escrito pueden competir con Amelia leyendo una National Geographic.
Escrito en algún momento alrededor de semana santa 2006, recuperado para alegrarme la existencia.