Paseo sabatino
Nico salió de la casa de su abuela a dar una vuelta por el barrio, que ese fin de semana estaba más tranquilo que nunca. Estaba tranquilo porque al hijo del viejo Rodríguez, Amin, lo habían encontrado sin vida en la puerta de su casa, en circunstancias no muy claras. Tan horrible fué su fin, que la sangre de su cuerpo bajó por las escaleras del pórtico y se metió en la jardinera que Lina cuidaba con un tesón casi enfermizo, y cuya construcción había sido motivo de discordia entre ellos por mucho tiempo. Hacía más de un mes y el luto no terminaba. Nico encontró en su paseo una rama de eucalipto que utilizó para rayar las paredes y hacer música mientras caminaba. Hacía calor y ni siquiera los pájaros se escuchaban, solo la rama arrastrada contra su voluntad. Era como si todo lo material e inmaterial extrañara a Amín y la melodía que tocaba cada sábado por la tarde, y que había cesado en su insistente armonía. El niño recogió del suelo una tapa de conserva pisoteada para su colección de basura y se lo metió en el bolsillo izquierdo, le pareció apropiado aquel bolsillo, donde cada martes guardaba los dulces que le regalaba Amin por llegar puntual a la clase de violín. La calle empedrada lo fué llevando al callejón donde ahora Lina vivía sola con los violines y sus flores. Solo entraba y salía de la casa por la puerta trasera y no usaba los escalones del pórtico en ningún momento. En ese mes las flores crecieron más de lo que crecieron en todo el año, y hasta las rosas blancas que eran raras en aquel lugar, habían salido de la nada para invadir todo el jardín. Por la cercanía a las escaleras y la terquedad de sus raíces, las flores lograron romper con decisión los cimientos de la casa. La abuela de Nico le había advertido que no se acercara a aquel lugar, porque nadie supo finalmente quién lo había asesinado y porqué, pero el no pudo evitar el entumecimiento de ese sábado, cuando reaccionó ya estaba frente al pórtico de Lina. Reconoció en la escalera, como dibujado por la maraña de flores y maleza, el cuerpo de Amín, extendido en tres escalones, con la cabeza mirando hacia la puerta.